domingo, 9 de enero de 2011

Tibieza




Es un hecho importante hacerse responsable de todos nuestros actos. En el viejo libro chino consultado por Confucio y por Herman Hesse, el precioso texto del I-Ching, se menciona que la decisión debe ser paralela a la precaución y mi acuerdo está completamente satisfecho. Cada vez que asumimos la responsabilidad de las cosas que hacemos y tomamos las medidas necesarias para que esas consecuencias nos afecten en la medida de lo que podamos soportar (y pagar en bienes o servicios) somos concientes de nosotros mismos, somos autoconcientes.

Sin embargo en nuestro medio humano predomina la tibieza.

La tibieza es una decisión en la vida, es un estado del ser y quien va por esa vía es alguien poco vehemente y apasionado por y con lo que hace.

En las abadías europeas del siglo XVII se salmodiaban los versos:
“Los que mueren en este mundo son numerosos
Los que viven son raros
Los que viven conservando la salud del alma no son acaso
mas que una porción escogida”

Y los monjes tenían razón. Es difícil conocerse uno mismo, es difícil llegar a la genialidad y la razón es simple: tibieza, ausencia de compromiso, falta de pasión. La enorme mayoría se debate entre ser mediocre o cobarde o quizá, una mezcla nauseabunda y coloide de los dos, solo cada quien sabe lo suyo. La tibieza es una decisión conciente, uno sabe lo que está haciendo; la tibieza es un estado admitido aún cuando se sabe las consecuencias de estos actos que ni son fríos ni calientes.

Para los cristianos la tibieza es la causa del vómito divino. En el último libro de la Biblia, en el capítulo 3, versos 15 y 16 el apóstol Juan hace hablar a Jehová y escribe: “Yo conozco tus obras que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca ”

CARACTERÍSTICAS DE LA TIBIEZA

La vulgaridad, la búsqueda de diputas inútiles, los conflictos callejeros, las encrucijadas son señales del individuo mediocre, del humano cobarde y todo eso da unas señales clarísimas para distinguir los espíritus ruines y bajos de los elevados y educados. Definirse y hacerse cargo de la propia vida no es para tibios, el tibio es acomodaticio, transigente, conformista, complaciente, comodón, amoldable, sin criterio propio. Es tibio por voluntad propia, por decisión, quizá por inercia.

La tibieza está en quien sabiendo que está haciendo algo que no se ajusta a un ideal digno de ser vivido sigue tropezando con la misma piedra vez tras vez y hace de su defecto costumbre y hasta lo transforma en virtud. Muchos hemos escuchado esa sátira que se le hace al borracho cuando defiende su vicio al preferir ser un alcohólico conocido que asistir para su recuperación a “Alcohólicos Anónimos”.

El tibio sabe para sus adentros que no se abandonará a una tarea de forma absoluta, que dará de sí solamente hasta cierto punto, que se quedará con algo “por si acaso”, que hará caso solamente a aquellas cosas en las que sepa que no va a arriesgar nada y que no renunciará a las cosas a las que El Divino le dice que deje. El tibio sabe para sus adentros que no quiere compromisos y menos aún pequeñas pérdidas que, si lo viera con la mirada de Él/Ella sabría qué es lo mejor para él.

ITINERARIO DE LA TIBIEZA

Para herrar, uno ha admitido en su corazón el deseo de hacerlo; se yerra con facilidad cuando uno se ha vuelto cómplice del lado maléfico y le ha dado cabida en su mente, en sus pensamientos al deseo de hacer el mal, de dañar, de no darse cuenta con qué facilidad se puede destruir. En psicoanálisis bien se podría decir que la pulsión ha encontrado su camino y ha manifestado fehacientemente el lado más natural del deseo: la satisfacción inmediata del instinto. Igualmente, la virtud destemplada puede ser otra forma en la que la voluntad individual había aceptado secretamente el desliz de no acomodarse al frio o al calor de la decisión tomada con responsabilidad y al hecho de asumir las consecuencias positivas y negativas inherentes a todo acto voluntario.

Y creo que existen soluciones. La mayoría de nosotros cree en algo superior, el nombre y la doctrina no están en cuestionamiento. Puede ser Buda, Jehová, Alá o Kantu, el significante no modifica al significado, este último se mantiene. Cuando tenemos un referente basado en la existencia de un ser superior, actualmente considerado por la antropología como “el Divino”, sabemos que se requiere de una entrega absoluta a Su Voluntad, de no reservarse nada para sí mismo sino todo para “El/Ella” (estoy convencido que el Divino tiene los dos géneros a la vez), de entender que toda la capacidad que tengo para querer se la atribuyo a El/Ella, que soy un fiel administrador de todos los dones que poseo y que soy un leal discípulo, un seguidor de la verdad.

UNAS PROBABLES SOLUCIONES

La teología occidental aristotélico-tomista ha enseñado que el principio de nuestras acciones éticas es nuestra libre voluntad y que esta obedece a la ley suprema al someterse total y deliberadamente a Él/Ella.

Sabemos que la obediencia a las leyes universales de respeto y ternura no suprimen los defectos; todos somos falibles, capaces de malograrnos y así mismo todos somos capaces de enmendar y mejorar. Y también sabemos que a los defectos se los debe desaprobar para que su poder mengue a medida que nuestra entrega aumenta.

La solución no está en quitar los defectos sino en desaprobarlos. En hacerse cargo de si mismo y no en delegar a otros lo que nos corresponde por obligación, necesidad o provecho.

Al fin y al cabo, somos responsables de lo que decidimos y si la precaución nos acompaña, la tibieza se alejará de nuestro paisaje.