Los caminos de la autoexploración me han
permitido conservar una serie de consejos útiles para una vida adecuada, una
vida ética, una vida filosófica.
Hace varios años que le dedico un tiempo al
conocimiento filosófico y en esta fase de la vida, la década de los treinta, he
regresado a los estoicos y los epicúreos, he retomado las antípodas del
pensamiento clásico: lo apolíneo y dionisíaco.
Dentro de su forma de ser/hacer/tener la vida,
estos filósofos sabían de la imperiosa e inevitable necesidad de realizar un
examen de conciencia diaria al levantarse y al acostarse con un breve
recordatorio al mediodía. Tres veces a lo largo de la jornada se analizaban a sí
mismos, consideraban su manera de ser, de vivir y de ver las dos realidades que
siempre nos acompañan: la de fuera y la de dentro.
El objetivo era simple: tener un examen de
conciencia.
Sabemos que la conciencia es el conocimiento que
el ser humano posee sobre sí mismo; cuando el propio ser sabe sobre su
existencia y su relación con el mundo entonces toma conciencia, por lo tanto,
la conciencia es un despertar y el examen de la propia alma es un ejercicio
espiritual.
La vida misma nos obliga a hacer siempre el bien.
Todos los filósofos clásicos y todos los mejores filósofos contemporáneos coinciden
en eso, el ser humano es una criatura destinada a hacer el bien. La simple
máxima de Agustín de Hipona sería un riel de tren de nuestra cognición y
conducta: Ama y haz lo que quieras.
Ser autoconsciente, tener entendimiento,
reflexionar sobre los actos propios es ser ético.
Estamos tan acostumbrados a la inmoralidad, a lo impúdico,
a aquellas cosas desvergonzadas e indecorosas, como la que nos vomitan los
medios masivos de comunicación en donde prima lo indecente, lo libertino, lo lujurioso, lo licencioso, lo indigno,
lo corrompido, que creemos que no valdría la pena hacerse un análisis de
conciencia. ¿Para qué evaluar la propia paja del ojo? Es mejor ver las noticias
rosas, el cotilleo de las estrellas de cine y la televisión o los concursos henchidos
de burla y chacota que hacer una introspección voluntaria al mundo de nosotros
mismo.
Un ejercicio espiritual, una evaluación de los
propios actos, un prudente cuestionamiento de las acciones que se han hecho durante
el día es indispensable para dormir en paz.
Y para iniciarse en los ejercicios místicos
(espirituales) es válido cuestionarse:
1. ¿De
qué mal sané hoy?
2. ¿Qué
vicio combatí?
3. ¿En
que soy mejor?
4. ¿Qué
es más bello que escudriñar el día?
Así, un examen de conciencia nos permite restablecer
el vínculo con nuestro ser más profundo (el
nous); además, la atención que le demos al mejoramiento personal nos empuja hacia un actuar más
racional, más comprometido con uno mismo y con el mundo.
Por lo tanto, nada más efectivo que iniciar,
continuar y terminar el día con un ejercicio místico, el más noble que podemos
hacer: analizar nuestro avance progresivo. Saber que puedo ser siempre un ser
humano ético y espiritual.