domingo, 4 de octubre de 2009

Sinceridad templada con discriminación


La sinceridad es definida como un modo de expresarse libre de fingimiento; se asemeja a la ingenuidad, una cualidad que indica la falta de malicia.

En la vida de los humanos, específicamente en la de aquellos que han adquirido consciencia, que han despertado del letargo al que estamos culturalmente sometidos, la sinceridad es la moneda de cambio en las interacciones cotidianas. Ser siempre conscientes de nuestras responsabilidades y de los actos que las desencadenan nos transforma en seres sinceros. No hay malicia en quien quiere el bienestar de los demás, no hay fingimiento entre los conocedores del misterio, entre quienes saben que no hay nada mas valioso que serse sinceros primeramente a si mismos para luego entrar en el mundo del otro sin opacidades.

Sin embargo, para poder entrar en este mundo, el de la sinceridad, se necesita saber discriminar. Es necesario seleccionar excluyendo lo que va a dañar o a opacar nuestro camino hacia nuestro objetivo: la capacidad de ser perfectibles cada día. Excluir de nuestra vida todo aquello que retrasa nuestra evolución como las emociones descontroladas, los pensamientos rastreros y los enormes deseos internos que la materia nos impone como el poseer objetos por el siemple hecho de tener las manos llenas de algo que pueda tocar o cuantificar

De esta manera, la sinceridad debe estar acompañada de la discriminación. Saber siempre que es lo que nos conviene.
El apóstol Pablo decía a sus seguidores que todo es lícito pero que no todo conviene; que todo le es lícito pero que de ninguna cosa se dejará dominar. Una gran lección para el que desea encontrar las respuestas a sus interrogantes más profundos. Saber seleccionar excluyendo y saber actuar sin malicia. Dos lados de la misma moneda: el conocimiento interno.

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