Del amor al odio hay más de un paso.
Interpretación psicoanalítica del amor y
la fe.
Por:
Lobsang Espinoza. Psicoterapeuta, Semiólogo.
El
opuesto del amor no es el odio, es el miedo
Y
el miedo es la ausencia de fe.
Un
Curso de Milagros
A
Cecilia, Saraí e Ignacio, mi familia
A
Kant, Schopenhauer, Freud, Lowen y Fromm, mi otra familia
Introducción
Los seres humanos estamos
acostumbrados al uso racional de nuestros recursos mentales. Estamos casi
seguros que si lo podemos percibir con los 5 sentidos entonces es real y usualmente
no le damos el crédito a aquellas cosas que sin ver, damos por sentadas. La
digestión, la respiración, o la circulación son actos involuntarios mientras
que el pensamiento y la imaginación son actos voluntarios y los dos,
voluntarios e involuntarios, se afectan cuando las emociones encuentran un
medio de descarga.
Dentro de esos actos voluntarios se
encuentran la imaginación, la atención, la memoria, la emoción y el aprendizaje
que hacen juntos un TODO interconectado que nos permite tener una vida con
“cabales” aquellas viejas riendas que se les ponía a los caballos para que
siguieran su ritmo sin perder el rumbo. Por supuesto, todos necesitamos
emocionarnos por alguien más allá de nuestro narcisismo. Le ponemos atención a
aquello que amamos, lo imaginamos saludable y feliz, lo recordamos con gusto,
con placer y aprendemos conforme pasa el tiempo a amarlo con la misma
intensidad aunque de manera distinta.
Recordemos que no solamente
interpretamos la vida por la vía racional, el lado izquierdo del cerebro, además
necesitamos una vía “irracional”, o mejor dicho, una vía creativa, el lado
derecho del cerebro, y una forma de hacerlo es la paradoja.
A diferencia de lo racional, una
paradoja es un contrasentido. Se la usaba en la antigua China y en Japón para
provocar en los discípulos una emoción insólita: la sorpresa.
A los monjes ZEN les explicaban el
mundo en paradojas. “Cómo sería el sonido del aplauso con una sola mano”, por
ejemplo. Usualmente se nos hace difícil
conciliar las paradojas que la misma vida nos plantea.
En nuestro siguiente relato
encontraremos en el mismo lugar lo finito y lo infinito entretejido como la
figura y el fondo, como el entorno y el medio.
Al salir a caminar por el parque, veo
un árbol y desconozco realmente cuantas hojas tiene. Primera parte de la
paradoja. En un espacio habitado por un árbol vive el infinito. Luego, admiro el
verdor del árbol cuidado por el municipio y catalogado como “árbol nominado” y
la combinación que este bello color verde puede producir con los otros más
calientes a su alrededor, como el rojo, amarillo o anaranjado, o más fríos en
un fondo más etéreo y astral, como el celeste, el índigo y el violeta es total,
resulta en un encuentro emocional vertiginoso. Y para no irnos más lejos, ir al
mercado de San Roque o al de Santa Clara a comprar frutas amarillas y
anaranjadas, verduras rojas y violetas, azules y celestes y al encontrarme con
las verdes hierbas para el asado me confirma que el amor tiene color.
Segunda parte de la paradoja, en un
tiempo habitado por quiteños es muy posible encontrar todos los colores del
arcoíris sin dificultad. Los siete colores, rojo, anaranjado, amarillo, verde,
celeste, azul índigo y violeta se despliegan entre geranios, violetas, cactus,
hiedras, guantos y bugambillas. Los siete colores habitan en Quito y sus
alrededores. Y esos siete colores producen la gama infinita de gradaciones.
Ahora, entremos en materia.
Ejerzo la docencia universitaria desde
hace 13 años y la psicoterapia desde hace 7 años. Mi interés por el
psicoanálisis y la mente son añejas. Desde la infancia me deleitaba ver en la
repisa de madera los libros de mi casa. Obras de psicopedagogía, psicología
educativa y psicología infantil rondaban la sala de estudio y el cuarto de mi
madre; ella fue profesora de infantes, leía constantemente estos temas y
aplicaba los conocimientos psicológicos en la escuela en la que enseñaba porque
sus alumnos la amaban. Creo que la amaban porque como a mí, mi madre les tenía
fe, los motivaba constantemente y los felicitaba.
He optado por la psicoterapia como el
modo de poner el pan en mi mesa por un llamado, un sentido de vida. Desde los
24 años enseño en la Universidad y a los 28 hice una terapia psicológica transpersonal
que cambio mi rumbo de vida y desde entonces he conocido en carne propia la mayoría de los
sufrimientos que mis pacientes exponen en consulta. Me he dedicado a investigar
cómo trabaja nuestro pensamiento y he confirmado que para amar a algo o a
alguien verdaderamente debo conocerlo y debo tenerle fe además de cuidarlo y
ayudarlo a crecer.
En esta conferencia divido el
conocimiento en cuatro partes: Psicoanalítica,
Fisiológica, Espiritual y Empírica.
En Psicoanalítica escribo y leo sobre Freud y Fromm, una aproximación teórica
al amor maduro. En Fisiológica escribo
y leo acerca de la “anatomía” del amor, la parte neurológica de este organismo
corporal que pulsa mecánicamente y ama psicológicamente. En Espiritual describo
la relación entre el amor y la fe y finalmente en Empírica explico mis propias
motivaciones y conclusiones sobre el amar.
Así que, sigamos adelante.
1. Psicoanalítica
En el famoso libro “El Arte de Amar”
de Erich Fromm, psicoanalista alemán, se menciona que un amor fructífero, uno
que tiene meta, uno que quiere algo mejor para sí mismo y para los demás es el
amor que tiene una orientación productiva y se caracteriza por la capacidad
para amar al prójimo, la capacidad para ser humilde, el esfuerzo para lograr lo
propuesto, la fe y la disciplina. Todas ellas características de un ser humano
maduro.
Sigmund Freud, el creador del
psicoanálisis, describió cuatro tipos de caracteres psicológicos que están
ajustados a fases de crecimiento y con ellas a zonas corporales erógenas. La primera zona está en la boca y se
denomina fase oral. Todos hemos
disfrutado de un delicioso dedo pulgar en la infancia, el nuestro, sustituyendo
el pecho de mamá.
La segunda zona está en el ano y se
denomina fase anal. En algún momento
de la infancia y hasta ahora en nuestra vida adulta, sentimos ese enorme placer
de aguantarnos hacer caca. Fue uno de nuestros primeros accesos privados al
goce.
La tercera fase llamada fálica responde a la zona de los
genitales. Se auto descubre la masturbación y el placer emerge como un alivio
de las tensiones internas.
Y finalmente, después de un par de
años de latencia, vendrá la fase
madura de la sexualidad humana, la fase
genital. El individuo deja su propio narcisismo, su auto enamoramiento, y
se entrega a una experiencia que le llevará a la madurez; se hace consiente que
debe encontrarse a sí mismo en el otro. Se da cuenta que debe ceder una parte de ese
narcisismo para poder amar al otro. Se da cuenta que debe aprender a amar, a
hacerse responsable y a cuidar lo que ama porque solamente lo que uno conoce
puede amarlo profundamente y lo que uno ama crece. .
La tipología ayuda al psicoanalista a
trazar una ruta de camino terapéutico para apoyar a la persona que sufre
psicológicamente.
Según Freud, existen personalidades
orales, anales, fálicas y genitales cada una con su propio entramado que se
arraiga en la psique de la persona misma. Los orales, por ejemplo, tienen un lema particular: “Haz luego por mí lo que yo AHORA hago por
ti” y suelen ser pasivos, maternalistas, poco hostiles; su carácter
presenta rasgos de amabilidad, optimismo y generosidad.
Los anales también tienen su lema: “Quien me da algo es mi amigo, quien desea
algo de mí es mi enemigo”, su forma de contactarse con los demás es
bastante mercantilista y tienen preferencia por el dinero como instrumento que
les facilita acaparar: ahorrar y acumular objetos (coleccionistas). Se
caracterizan también por el orden, la pulcritud, la terquedad y el amor al
poder de tipo sádico.
Los fálicos, en cambio, tienen una
apariencia de fuerte seguridad en sí mismos, con arrogancia y una conducta
altanera. Se anticipan a cualquier presunto ataque con agresión y suelen ser
los provocadores de las peleas.
Estos tres tipos de caracterología psicoanalítica
son fases normales del desarrollo psicológico, conductual y cognitivo del ser
humano como hemos explicado en párrafos anteriores. En la adultez, la teoría
dice que el humano que ha logrado pasar por todas estas etapas llega a un amor
maduro, a uno en el que es capaz de darse y que se debe aprender. No solamente
espera recibir o hacer las cosas por un beneficio futuro sino que también da
porque ha madurado, porque se siente entero. El propio ser toma conciencia que
debe abandonar paulatinamente su egoísmo y transformarlo en altruismo. Así se
llega al carácter genital o maduro.
En los trabajos de Erich Fromm “El
arte de amar”, “El miedo a la libertad” y “Ética y psicoanálisis” la atención del
autor se concentra en este amor maduro.
Según Freud, el carácter genital o maduro presenta estas características: la
ternura, la capacidad de amar y la productividad; el ser humano maduro
psicológicamente responderá a las características más representativas de las
etapas anteriores: amabilidad, amistad, iniciativa y energía del carácter oral;
perseverancia y resistencia del carácter anal y razonable seguridad y confianza
en sí mismo del carácter fálico.
Erick Fromm pertenece a una generación
impulsada filosóficamente por el existencialismo. Las décadas de 1950 y 1960,
tiempos de posguerra, favorecieron la atención del público mundial hacia temas
de corte teológico. Este público mundial estaba ávido de respuestas frente a lo
absurdo del conflicto armado. Y el existencialismo satisfizo esta necesidad intelectual
tanto para creyentes a través de la filosofía existencialista cristiana de
Kierkegaard como para ateos mediante Sartre. Y esa oleada filosófica llegó
también al psicoanálisis. Ya desde el siglo XVIII Kant, Schopenhauer, Nietzsche
y finalmente Heidegger, todos de ascendencia alemana, desarrollaron el concepto
de lo causal; según Kant, todos los acontecimientos del mundo físico están
determinados causalmente y lo que percibimos es una representación de nuestro
mundo interior. “Vemos las cosas no como ellas son sino como somos nosotros”
Ahora, el Psicoanálisis Social del que
parte Fromm, acepta que la psicología puede ser la base para elaborar normas
válidas y objetivas de conducta y con ello favorecer los cambios que cualquier
sociedad necesita. Una de las formas para suscitar estos cambios es tener la
plena conciencia de que el ser humano puede llegar a tener un carácter productivo. Los humanos debemos identificar
que en nuestra naturaleza ya existe la capacidad de ser bondadosos y fructíferos,
es decir que estamos predispuestos y somos capaces de amar con bondad a la vez
que puedo ayudarme a mí mismo y a los demás a ser provechosos para el bien de
todos. El ser humano encuentra la realización plena de sus facultades y con
ella su propia felicidad en relación y solidaridad con sus semejantes.
Para el psicoanálisis el proceso
terapéutico está orientado a restaurar la salud mental mediante el uso de la
razón y la verdad. En el discurso analítico se denominan orientaciones
pregenitales a las etapas del desarrollo psicológico explicadas arriba como fase
oral, anal y fálica. Son las fases previas al amor maduro. Durante la evolución
psicológica del individuo, las características predominantes de un amor “pre
maduro” serán las actitudes dependientes, insaciables y avaras. Mientras que el
amor genital o maduro lleva al individuo al desarrollo de sus propias virtudes;
al desarrollo productivo de sus talentos y al perfeccionamiento de los dones.
En la caracterología psicológica de
Freud la virtud será el fin natural del desarrollo del ser humano. En este
caso, la virtud consiste en aceptar la responsabilidad para consigo mismo y
además en tomar conciencia que el significado de su propia vida se basa en el
desarrollo de sus propios poderes, esto es, en el desarrollo de sus dones y
talentos.
El ser humano psicológicamente maduro
se relaciona con el mundo a través de dos
formas: reproductivamente, repitiendo lo que ha aprendido y generativamente,
re-creando lo aprendido de forma
espontánea y nueva por medio de la actividad de los propios poderes mentales y
emocionales.
Ahora veamos cómo funcionan las
emociones
2. Fisiológica
Las reacciones emocionales de los
seres humanos aparecen antes que el razonamiento y la reflexión, esto es, desde
la misma concepción. El nonato siente lo que su madre siente mediante el cordón
umbilical. Recuérdese que las emociones primeramente son actos mecánicos.
Luego, en milésimas de segundo, se procede a la interpretación de esa
excitación corporal mediante procesos perceptuales.
La emoción significa movilizar, es
decir, poner en movimiento el organismo. Científicamente, la emoción es la
ruptura del equilibrio interno producido por un rompimiento de la continuidad.
Nos ponemos rojos cuando alguien nos felicita; se nos agranda la pupila, sin
nuestro consentimiento voluntario, cuando alguien nos agrada; sentimos como se
nos hiela la sangre cuando algo nos da pavor. Las emociones son estados
psíquicos. Podemos hacer una comparación. El cuerpo humano necesita refrescarse
y mantener una temperatura normal. Cuando algo en nuestro cuerpo no funciona
adecuadamente, una bacteria, un parásito, la fiebre es la principal aliada del
cuerpo. Calienta a la bacteria hasta matarla hervida literalmente.
De la misma forma, la emoción aumenta
o disminuye la energía del organismo así como el cuerpo aumenta o disminuye su
temperatura para mantener el equilibrio. Tal como los procesos mentales de
aprender y memorizar están relacionados y son fundamentales al raciocinio, la
emotividad es esencial para la vida psíquica. Necesitamos expresar emociones. Muchos ciudadanos que vivieron en regímenes políticos autoritarios donde estaba
prohibida la demostración de afectos, prefirieron el suicidio. La falta de
expresión de afectos sigue perturbando la mente de personas que por razones
políticas, religiosas o educativas mantienen un Súper Yo, el lado autoritario
de la mente, extremadamente dictatorial y represivo.
Las emociones están relacionadas con los
reflejos, la actividad glandular, la presión arterial, la actividad visceral y
con las asociaciones mentales. El sentimiento, que es una emoción fluctuante,
permite nuestra adaptación a los procesos vitales y la emoción propiamente
dicha siempre va acompañada de excitación, por lo tanto, la emoción es una
falta de adaptación y para regresar a este equilibrio el cuerpo genera alguna
descarga corporal (mecánica) o emocional (glandular). Así, las emociones
excitantes tienden a volver al anterior estado de fluctuación en la dinámica de
la personalidad.
3. Espiritual
¿Por
qué es saludable tener fe?
El miedo existencial es una constante
en la vida del ser humano. Una vez que se ha desprendido de su madre, ha dejado
de lactar, se ha alejado del pecho el humano empiezan un proceso de adaptación
a un medio lingüístico. Se enfrentan a las palabras, al significado de la vida.
Y eso en la especie humana puede generar desesperación. Su misma supervivencia
está condicionada por el uso del lenguaje, verbal o no verbal.
Una de las características de un
individuo depresivo es la falta de fe. El miedo, la desaparición de soportes
ontológicos y la ausencia de esperanza son parte de un cuadro frecuente en el
paciente deprimido. Las crisis por las que todo ser humano “normal” debe
atravesar se hacen, para el depresivo, una carga gigantesca que solo con la fe
se puede aliviar y, si la circunstancia lo amerita médicamente, con el uso de
fármacos.
Pero,
¿qué es la fe?
En mi contexto laboral veo con
frecuencia una constante en la persona dolida, golpeada por las emociones
descontroladas de la desesperación y la zozobra, veo la desesperanza. “Ya nada
será igual, sería mejor estar muerto, para que vivir” responde el consultante
ante su terapeuta. En sus ojos se percibe claramente su desconfianza para
volver a estar mejor; la incredulidad y la duda le acompañan a cada paso que da
y su cuerpo se enferma con mayor facilidad. Las defensas físicas del sistema
inmunológico fallan y cualquier gripe puede enviar de un tirón a la cama a
quien ha descuidado su fe.
El paciente sin fe, depresivo o no,
pierde el impulso para alcanzar sus metas, disminuye notablemente el deseo de
comunicarse y su afán de esforzarse para conseguir cualquier cosa casi ha
desaparecido. Usualmente, la manera de aliviar la tensión psicológica se
manifiesta como un exceso en la búsqueda del placer; esta búsqueda, que a la
larga es dolorosa, se sacia consumiendo objetos, sustancias, comida y cualquier
cosa que disminuya ese malestar, aunque temporalmente.
Relacionado con la fe, el difunto psiquiatra
neoyorquino Alexander Lowen mencionaba que es necesario expresar la fe y una de
las formas de hacerlo es amar. “un acto
de amor es una expresión de fe y quizá la más sincera que se pueda hacer. En el
acto de amor uno abre su corazón al otro y al mundo. Esta acción, que llena a
la persona de una alegría inexpresable, le expone también a un daño
profundo……La persona que no tiene fe no puede amar y la persona que no puede
amar no tiene fe”
Así mismo, en el dogma cristiano la fe
es una virtud teologal que consiste en
creer las verdades de la religión sin ver. En el libro del Nuevo Testamento, Hebreos
capítulo 11, verso 1, la Biblia afirma que la fe es “aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden
ver”
Usualmente asociamos la fe al buen
concepto que se tiene de alguien o de algo; cuando tenemos fe, confiamos en nosotros
mismos, en las personas y en las cosas que nos rodean; les damos crédito, les
ponemos atención. Experimentar la fe dota de seguridad a quien la siente y le
permite aseverar que una cosa es cierta. La fidelidad, la verdad y la sinceridad
son los valores más cercanos que acompañan a la fe y se la aplican a la
cotidianidad cuando confiamos y damos crédito a lo que estamos haciendo.
Muchas veces, cuando se habla de la
fe, se debe entender el concepto desde una perspectiva amplia, distinta a la
percepción habitual, la religiosa judeo-cristiana. La fe llega a ser un factor
determinante en la vida misma. Todos los seres vivos, plantas, animales y
humanos, sabemos que algo nos fluye
dentro. Schopenhauer, el filósofo alemán, le llama VOLUNTAD. En las plantas es la sabia bruta, en los
animales, el instinto. Sin embargo, los humanos damos por hecho que el corazón
late y la vejiga se llena, es orgánico, axiomático, natural; es cuestión de fe.
La fe va más allá de la confianza y se enraíza en una certeza inefable. Y cualquiera
sea nuestra creencia religiosa, la fe la trasciende.
Esa fe se incrementa cuando en la vida
existe una voluntad, una motivación, un sentido. En psicología se conoce a esa
motivación como “La voluntad del sentido”. Esta voluntad de sentido es una
teoría desarrollada después del holocausto Nazi por el médico austríaco Víctor
Frank. Contextualicemos: psiquiatra judío, 1940, Nacional Socialismo. Como
médico psiquiatra y residente forzado en los campos de concentración, Frank comprendió
que una de las motivaciones fundamentales para continuar con la vida era saber si
ésta tenía algún sentido, algo sobre lo cual sostenerse. La vida, como la
voluntad, necesita por sí misma para manifestarse de un soporte, de una
representación.
El concepto de “VOLUNTAD” había sido
estudiado a mediados del siglo XVIII por el filósofo alemán Arthur
Schopenhauer. Él afirmaba en su filosofía que la voluntad es la fuerza que
mueve todo y que esa voluntad necesita visibilizarse. Lo hace en forma de
re-presentación, es decir asumiendo una forma que bien puede ser mineral,
animal o humana. La voluntad necesita visibilizarse
y siempre consigue representarse.
En el siglo XIX, a este estudio de la
“VOLUNTAD” de Schopenhauer se le unirá otro filósofo coterráneo, Frederick
Nietzsche. Nietzsche desarrolla la idea que dice que el ser humano responde a
una voluntad de poder. Necesita del poder para realizarse. Necesita de la
autoafirmación. Esta teoría la seguiría posteriormente Alfred Adler
psicoanalista vienés quien desarrolló la teoría psicoanalítica de “la voluntad
de poder”.
Ya en el siglo XX y después de la
publicación del texto “La Interpretación de los sueños” el fundador del
psicoanálisis Sigmund Freud desarrolla la idea de la voluntad del placer; el
ser humano responde a la satisfacción de sus instintos. Todo en la vida, según
él, se resume a una simple cosa, obtener placer para mitigar el dolor aunque
resulte ser paradójicamente destructivo.
Retomando el tema de la fe, bien
podemos decir que la persona que tiene fe es fuerte, su vida tiene sentido. La
fe del individuo puede verse en la expresión lingüística y no lingüística. Su
vitalidad interior como ser viviente se manifiesta en sus acciones. La fe hace
fuerte al individuo porque lo pone frente a su propia vitalidad que es la
medida de la seguridad que el individuo siente hacia sí mismo y hacia la vida.
Lowen dice que la fe es la fuerza que une al hombre con su futuro.
De
cómo el poder disminuye la fe y como la fe no requiere del poder
Desde una visión psicoanalítica, la fe
tiene dos lados: uno consciente, conceptualizado como una serie de creencias o
dogmas y otro inconsciente, ese sentimiento inexplicable de confianza en la
vida que subyace a las creencias, que va más allá de lo que entendemos por
doctrina religiosa y que dota de vitalidad y sentido a la forma. La fe es la
innegable confianza en algo que los sentidos no perciben. Algo que trasciende
al ser humano y lo pone en relación consigo mismo y con lo que le rodea. La fe
lo contacta con el exterior mediante su propio universo interior.
Sin embargo, muchas veces se confunde
a la fe con el poder. El poder lleva consigo aparejado al miedo. Como seres
humanos, 50% biológicos, somos criaturas que necesitamos seguridad, no solo apelamos
a nuestros instintos. Hay ese otro 50% más, el civilizatorio civilizado, y requiere
de una manifestación visible y la forma prototípica es el poder.
El poder se entiende académicamente
como el dominio, la facultad y la jurisdicción que uno tiene para mandar o
ejecutar una cosa y generalmente el humano ve su presencia, la del poder, como una forma de asegurarse ante las posibles
dificultades de la vida. A mayor poder, mayor sensación de seguridad. La
dificultad está en la voracidad adyacente al poder, el ser humano parece no
contar con el suficiente poder como para sentirse seguro. Siempre quiere más.
El poder, a diferencia de la fe, es
una fuerza impersonal. Puede como no estar y se experimenta el miedo a perderlo;
entonces, cuando el poder se incrementa, le sobreviene la codicia. Quien tiene
poder es envidiado, sabe que los demás intentan arrebatárselo. No así para el
que tiene fortalecida la fe tal como si de un músculo se tratara, porque quien confía en
lo que los ojos no ven será bendecido con la certeza.
Psicológicamente, el poder presenta
una paradoja, tiene dos lados al igual que la fe. El lado exterior que parece
proveer un grado de seguridad a quien temporalmente lo posee y el lado interior,
en cambio, que no deja en paz a su poseedor. Para quien tiene el poder, su
relación consigo mismo y con los demás es inestable, volátil, podría estallar
en cualquier momento. Quien posee poder debe mantenerse vigilante,
constantemente a la defensiva. Como menciona Lowen, un ego inflado por el
poder precede y puede ser responsable de una ruptura en la estructura social o
en la personalidad individual.
El caos de “agarrarse al poder” ha
sido en nuestro país una forma de manejar la política y una clara forma de
inseguridad existencial para los ciudadanos. No se nos ha enseñado a tener fe
en la Política y menos aún en los políticos. Se nos ha enseñado a tener fe en
un dogma en particular y de esta manera, nos hemos identificado sólo con la
parte consciente, el lado superficial de la fe y la realidad. Cuando le damos
importancia a las cosas superficiales suele suceder que se pone mayor énfasis
en las diferencias. Las diferencias justifican y racionalizan los conflictos y
la lucha por el poder.
De esta manera, la fe se opone al
poder en que no busca tener el control. Un ego inflado, sin sustancia y con
poder, vivifica la sensación de control y se separa de los valores espirituales
tradicionales que le hemos asignado a una fe más completa: sentimiento de
unidad con el prójimo, sentimiento de unidad con la naturaleza, placer de la
respuesta espontánea. La fe y la espontaneidad son la base de la actividad
creativa y al combinarse producen un gusto especial y único por la vida, por lo
tanto, se tiene fe en la vida misma.
Al igual que la fe, el ego también
tiene sus “valores”; según la psicología freudiana, el ego se debe a la
individualidad y al control cuando estamos creciendo. Cuando somos niños o
adolescentes actuamos para nuestro propio beneficio la mayor parte del tiempo. Respondemos a un instinto básico, el de auto conservación y a medida que
crecemos y “maduramos”, incluimos en nuestro arsenal instintivo una nueva
herramienta, el conocimiento.
Junto a lo individual y a la necesidad de tener
el control se urde un tejido que nos lleva a la madurez, ya no solo pensamos en
nosotros mismo sino que nos abrimos a los demás desinteresadamente. La
manifestación del amor maduro es la responsabilidad de verse a sí mismo y al
otro siendo productivos, desarrollando los talentos y puliendo los dones.
Nuestra sociedad manifiesta en muchos
de sus aspectos visibles como el mercado, el transporte, o la empresa dos
emociones ligadas a la búsqueda y al encuentro del poder: la violencia, la
parte activa y la depresión, la parte pasiva. Estas dos emociones son reacciones
al sentimiento de impotencia y lo que cura esa impotencia es la fe. En el amor
no hay temor y en el amarse a sí mismo y al otro está implícito el conocerlo,
respetarlo, cuidarlo y hacerse responsable de hacerlo crecer.
4.
Empírica
Al egoísmo solo puede oponérsele el
pluralismo,
esto
es, aquel modo de pensar que consiste
en
no considerarse ni conducirse en el mundo
como encerrado en el propio yo, sino como
un
simple ciudadano del mundo.
Antropolgía,
Immanuel Kant,1798
Sufrir es sentir un daño, padecer una
enfermedad, experimentar pena.
En consulta trabajo con el dolor
psicológico y sé lo que es. La ciencia dice que una depresión profunda ocasiona
el mismo dolor corrosivo que una quemadura de tercer grado; la depresión lacera
y anula y si no se la trata quien la padece vive una vida infeliz y hace
infelices a los demás.
Desde hace 6 años conozco el
sufrimiento judicial. Una demanda contra una institución financiera me hizo
trizas la mente y viví la verdadera depresión mayor, la depresión bipolar.
Conocí los intestinos de la justicia y vi su contenido.
Al final, luego de este tiempo, me he
hecho más enérgico y tal como dice Nietzsche “Lo que no me mata me hace más
fuerte”. Ésta experiencia ha hecho de mí, paradójicamente, un hombre de paz.
Alguien que se ha empeñado en vivir para la paz a través del lenguaje.
Y una de las formas que he comprobado
por mí mismo y recomendado a mis pacientes para tener paz es la oración. No
importa nuestro credo religioso, todos necesitamos orar. Orar es entrar en ese
hermoso espacio interno al que todos podemos acudir y al que nadie que nosotros
no queramos pueda entrar para tomar fuerzas, para hacernos más sabios, para
descansar. La oración nos hace fuertes y nos hace amantes porque cuando estamos
en ese espacio interno nos conocemos mejor y sabemos de lo que estamos hechos,
de fe, de amor, de razón.