
Yinming describe 9 pares complementarios que el alma debe poseer para llegar al virtuosismo. Hoy la magnanimidad y la severidad serán analizadas.
Se define como magnánimo aquello que se opone a ruín, de allí que lo que está en ruinas es despreciado, dejado atrás o idolatrado solamente por posteriores generaciones de seres que adoran lo pasado como lo único que fue bueno.
Magnánimo decribe y descubre un estado del alma, una razón de ser, un valor. Se llega a ello por medio del aprendizaje de las buenas maneras a las que estamos expuestos por orientación de nuestros padres. Ellos nos enseñan qué es digno de benevolencia, con quiénes tenemos que ser generosos y cómo debemos darnos a los otros. Ellos nos dan las pautas para saber que es lo que vamos a hacer por los demás seres que habitan el planeta: humanos, plantas o animales. De ese primer encuentro, con los padres, surge la magnanimidad y claro, luego puede ser aprendida por otras vías formales como la educación o la religión y en el mejor de los casos, la espiritualidad.
Luego viene la severidad, un estado aprendido en las circunstancias adversas. Cuando algo escasea o es demasiado blando, se requiere de la severidad para cuadrar las cosas. Es necesario el adecuado rigor y la dureza para que algo llegue a término. Disciplina y paciencia.
Si finalmente juntamos las dos, magnanimidad y severidad, tenemos un espíritu templado como el metal con el que se hace las katanas cuyo acero se templa muchas veces pasándolo por fuego y retorciendolo hasta darle la forma debida para un corte limpio y perfecto.
Si, nuestras virtudes se desarrollan en medio de esos dos potentes constructores de la identidad personal: la magnanimidad (lo blando) y la severidad (lo duro). Son tan indispensables en la formación del carácter que su ausencia genera desprecio como una ruina fría y abandonada en algún paraje desconocido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario